jueves, 1 de diciembre de 2011

American Horror Story: la limusina del terror



Nunca me ha apasionado el cine de terror, aunque sí que he disfrutado de algunas películas que, de vez en cuando, he visto para pasar algo de miedito. En cuanto a las series, no recuerdo haber seguido ninguna. Pero hace un tiempo me llamó la atención Locke and Key , que al final fue cancelada justo antes del despegue de American Horror Story (AHS, en lo sucesivo). Así es como empecé a ver la serie de la cadena FX.

Hasta ahora he visto 8 de los 9 capítulos emitidos (seguramente hoy me trague el noveno), y mientras tanto me he metido casi de una sentada los cinco capítulos de otra serie de un tema parecido, la británica Marchlands.

Las dos series tienen un punto en común: casa con fantasmas; y para de contar. AHS es, para mí, como una limusina.

Me explico.



No creo que haya mucha gente que ignore uno de esos cacharros cuando lo ve: son muy llamativos. Son coches para celebraciones o para ir de fiesta con un objetivo: mostrar elegancia y distinción. Supongo que muchos de sus ocupantes las alquilarán para sentirse especiales, diferentes, u observados con envidia por el resto de los mortales. Para mí, más que elegantes son vehículos de exhibicionista, no muy seguros (en caso de accidente no creo que sea muy difícil acabar con la cabeza incrustada en la pantalla de plasma o con la botella de champán atravesándote la cocorota vía globo ocular) y, no sé por qué, los identifico con lo peor de la cultura americana (cultura o algo, no sé muy bien). 

Sí, soy consciente de que mi opinión no vale un carajo porque lo más parecido a montarme en un cacharro de ésos fue aquella vez que mi tío Tomás me llevó en el carro tirado por un burro desde la iglesia a la tasca del pueblo. Pero es que me parecen horteras a más no poder.

Así ha terminado siendo AHS; muy espectacular, con unos vistosos aires de película, pero larga a más no poder y, la verdad, para llegar a donde creo que llegará, no hacía falta semejante exhibición.

(Aviso: a partir de aquí, van unos cuantos spoilers)


 
Para empezar, tiene lo que yo más odio de las pelis de terror: los protagonistas son imbéciles. La familia de Poltergeist se iba a un hotel cuando las cosas se ponen feas (igual era porque ya no tenían casa, la verdad es que no me acuerdo), pero a estos pringaos les han intentado matar, les han dado trescientos sustos, todo el vecindario se les cuela como Peter por su home y campan a sus anchas por su hogar, están todo el día cagaos de miedo… y no se van. “Es que hemos invertido todo en esta casa, no tenemos a dónde ir” (léase con voz de Faemino). Gilipoix!! Cualquier persona normal, en cuanto tiene la más ligera sospecha de que the little thing is very sick por culpa de la casa sale por patas. Pero éstos no, están ahí dale que te pego.  Y a cuenta de esto, tienen la excusa para ir mostrándonos (vía fantasmitas interactivos) a todos los ex habitantes de la casa. 

Los protagonistas no provocan empatía alguna, yo cada vez tengo más ganas de que se cepillen a alguno. Sobre todo al padre, por idiota ¿Vives en la casa del terror, participas en la muerte de una tía y la entierras allí mismo, y cuando aparece en Halloween para desaparecer de nuevo misteriosamente sólo se te ocurre que a lo mejor no estaba muerta? Patada en los piños que te mereces, ababol.


El rollo de los niños que van nacer (al parecer el ectoplasma te puede dejar sorpresitas nueve meses más tarde, amiga mía), que va derivando a una Semilla Del Diablo gore (cambiando el ratón de chocolate -viva los traductores cutres- por cerebrillos animales y casquería variada, con Jessica Lange de por medio) es, ahora mismo, lo único que queda por contar. Que la casa era terrorífica estaba claro hace cinco episodios. Sólo espero que nazcan ya y vivan en su mansión con su gran fachada blanca donde cuidan de su(s) hijo(s) con cabeza de cabra.



 
En cambio Marshlands maneja la situación fantasmagórica con mucha más maestría. Escenas de la misma casa en tres épocas distintas se van sucediendo con mucha fluidez, los actores son creíbles a más no poder, la ambientación es perfecta, y hay un par de escenas que te ponen los pelos de punta (literalmente) sin grandes aspavientos. Dura lo que tiene que durar una serie: cuenta la historia (como en las pelis) en el tiempo necesario, pero aprovecha que tiene más duración que una película para crear unos personajes creíbles, con personalidad y su propio trasfondo.

Tiene la largura necesaria, es elegante y cumple con lo que se espera de una serie de este tipo. Como un buen coche. Da la casualidad de que es británica (ya salió).

Rover, Made In England






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