jueves, 3 de noviembre de 2011

Horrores clásicos y modernos


Soy consciente de que este post me puede hacer tremendamente impopular a los ojos de mis millones de seguidores o bien elevarme al rango de semidios que seguramente merezco. Al fin y al cabo, ver que tu ídolo (oséase, yo) desprecia lo que uno más admira o bien comparte tus mismos odios no puede dejar frío a nadie.

Para empezar, algo facilito. Muy manido. Pero no por ser millardos de veces repetido deja de ser verdad: los mimos son odiosos. Sí. No hay discusión posible.
- “Es que Marcel Marceau es un artihta”.
- Sí, hombre, y yo también lo sería si me pusiese a ello. Pero le ahorro ese sufrimiento al mundo. Sólo hay un mimo bueno (no, no hablo del mimo muerto): el Gran Mimón. Los demás sobran.


Los payasos. Fofó and company eran graciosos, pero con un público de siete años de edad y sólo dos canales de televisión, la Primera Cadena y la UHF (que casi nunca funcionaba),  a ver quién es el guapo que no triunfa. Pero aún recuerdo esa sensación de angustia cuando salía Charlie Rivel aullando.
-“Charlie Rivel era el mejor payaso; tú no tienes ni idea”
- Ya ya, seguro que era el mejor. Eso refuerza la idea original: los payasos dan pampurrias.


Payasos y mimos, vale, son clásicos. Pero, ¿y los clásicos modernos del horror primigenio? Ahora ya voy a entrar en terreno más resbaladizo. Ciertos grupos de percusión-callejera (en su modalidad engominados con traje de cuero o bien la variante rastas de peluquería y camisa a cuadros mostrando musculosos pectorales). No cualquiera, no; esos tan guays que hacen música con bidones de gasolina y containers de plástico a 50 euros la entrada. Esos que se empeñaron en que eran guays hasta en el telediario.
-“El ritmo es algo ancestral, tío. Nos remonta a los orígenes de la humanidad. Es África. Está en nuestros genes. Es guay”.
-  Los primeros 60 segundos, ni fu ni fa; al minuto y medio me aburren; a partir de ahí, dolor de cabeza. Lo único que me divertiría sería ver a los que intentan bailarlo sentados en sus butacas de teatro.


Las flashmobs. Sí, es cierto, me parecen horrendas. En el amanecer de los tiempos se hizo una. Y vieron que estaba bien. Y desde entonces, hasta en los sobres de Avecrem. La danza es una de las artes que más frío me dejan. Ya lo dijo una vez un gran amigo mío: si ves a un tío  bailando, probablemente está pedo o intentando ligar,  o casi seguro ambas cosas a la vez.

Tú, el de la camiseta a rayas; evita el contacto visual y saldrás de ésta
 
Llegados a este punto, está claro que soy un tipo al que le aterra la expresividad, totalmente falto de ritmo, que ha matado y enterrado al niño que todos tenemos dentro y tan dinámico y espontáneo como un peral reseco en un tiesto de cemento. Bien, y a santo de qué venía todo esto?

A santo de presentar al Quinto Jinete: una nueva variedad de horripilancia generalizada que, en caso de que funcione y prolifere, acabará con la paz de sitios como las salas de cine (lugar bien elegido por los perpretadores, ya que toda huida te impide disfrutar de la peli que ibas a ver). Ahí va el vidrio.



-“Pues a mí me gusta”
- Para gustos los horrores, oiga. Si no, a ver de qué iba a vivir el gran Marcel. Desde luego, de  locutor de radio, no.



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