martes, 8 de noviembre de 2011

Eructos en vinilo



Ventrílocuo, del latín ventriloquus. Un señor/señora que mete el brazo hasta el codo por el ojaldre de un muñequito y hace algo que en la antigüedad llamaban hablar con el vientre. Tal mezcla de fisting y hacer de vientre no puede traer nada bueno. O tal vez sí, puede que sea terreno abonado –nunca mejor dicho- para excelentes obras de arte.

Ya veremos.

Puede ser que, por enésima vez, mis prejuicios me impidan apreciar y disfrutar de esta expresión artística. Pero uno es fruto de las experiencias vividas, esclavo de su pasado y, maldita sea, al citar el noble arte de la ventriloquía no puede evitar rememorar (aterrorizado, eso sí) antecedentes patrios de gran poder diurético y laxante.
 





Nada que ver con el saber estar de ilustres habladores-con-la-tripa, como el yankee Edgar Bergen y su compañero de madera. 

Frac, monóculo, chistera… eso es elegancia y tronío y lo demas, españoladas. Lástima que el simpático Edgar, según dicen,  amargase la existencia de su resignada hija Candice Bergen (sí, la de Murphy Brown) usando el muñequito en cuestión.




 
Lo que está claro es que la ventriloquía ha tenido su importancia en el mundo del choubisnes, aquí y en Pekín, y que cuando algo tiene éxito se intenta sacar tajada de todas las maneras. Alguna de ellas, tan absurdas como la grabación de discos por parte de ventrílocuos. Y, vamos a ver, o yo soy un poco zoquete (que serlo, soylo, también es verdad) o la gracia de la ventriloquía está en ver lo bueno que es el artihta en proyectar su voz, beberse un litro y medio de tintorro, comerse una caja de polvorones y fumarse un paquete de Celtas mientras el muñequito habla. Que sí, que también deben tener gracia en lo que dicen, pero no sé yo si el vinilo era el soporte adecuado para este tipo de espectáculo. 
Para eso, las cintas de Arévalo para el coche, domingo a la tarde, volviendo del pueblo, oyendo las mismas paridas de siempre; a Arévalo te lo imaginabas… o mejor no… casi mejor que no.

La industria discográfica, esa que ejercía la noble actividad de expandir la cultura desinteresadamente, esa que os habéis cargado entre todos, descargadores compulsivos, ya no podrá ofrecernos grandes joyas como las que veremos a continuación (para qué, para que acaben en el Top Manta?). No, amigos, no; habéis acabado con el arte y nunca más nos podrán brindar grandes elepeichs como los siguientes:








Herejes, ateos, descreídos y maleantes en general, postraos ante la palabra del señor… del señor de las barbas del Bazar J y su muñequico








Los árboles hablan también… terror gótico o apología de las drogas? Y, sobre todo, cuál es el muñeco y cuál la persona?














 
Harry and Terry.. Live (“por desgracia, todavía Live”, era la idea original)


















Hay muchos, muchos más ejemplos de esta galería de los horrores, pero quiero dedicar todo mi cariño al que fue el artihta más prolífico en este terreno.

Richard Sandfield comenzó en este mundo para entretener a sus hijas, y con el tiempo dio el salto a los clubs nocturnos, llegando a ser uno de los más famosos ventrilocuos de los años 70, con una amplia discografía : 12 elepés. Y entre ellos, esta joyita, cuya portada no creo que enseñase a sus tiernas niñas, que figura en la mayoría de recopilaciones de portadas horribles y/o sexistas que hay en internetes.


 
Sinceramente, a mí no me ha impresionado tanto. En cuanto a horripilancia explícita, la última que veremos aquí no está a la altura de la del amigo Sandfield (excepto la selva de pelacos del torso sugerentemente mostrado, que marca un alto nivel de repelús) pero es mil veces más demoledora. Y es que no hay nada como el producto patrio, déjate de leches. Y lo mejor es que no caduca. Se reinventa a sí mismo. Impresionante.


2 comentarios:

  1. Solo te diré que se me ha revuelto la cena.

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  2. ¡Qué repelús! A qué clase de mente desquiciada se le ocurre un post tan espeluznante. Por cierto, la portada de Geraldine seguro que sirvió de inspiración a algún grupillo de jevi chungo de los que tanto te molan.

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